Juicio a Videla/ 2

Miércoles, 7 de julio de 2010.
Videla y Menéndez, dormidos en el juicio por la represión en Córdoba
Marta Platía. Córdoba. Corresponsal.

Videla y Menéndez duermen durante el juicio. Foto: Marcelo Cáceres

Profundamente dormidos. Así se quedaron, uno junto al otro y hombro contra hombro, el ex dictador Jorge Rafael Videla y el represor Luciano Benjamín Menéndez. Ocurrió en un tramo de la audiencia de ayer, mientras un ex policía cordobés intentaba hacer su descargo por las torturas y los asesinatos que se le imputan.
“Si uno los ve así, hasta parece que no tienen la culpa de nada”, bromeó un reportero gráfico, mientras registraba la insólita imagen que se quebró abruptamente cuando a Videla se le cayó una carpeta que tenía en el regazo, y ambos se despertaron sobresaltados. Menéndez le ayudó a levantar los papeles del piso.
El sueño de los represores no fue una sorpresa: en las audiencias previas, los cuerpos de ambos acusaron el cansancio. Sólo que el ex Jefe del Tercer Cuerpo de Ejército, más entrenado en juicios (éste es el quinto desde 2008), parece haber desarrollado su propia técnica: cuando no le toca declarar o no le interesa escuchar, adopta una actitud paquidérmica de tal economía de movimientos, que se se diría que alcanza un casi estado de vida latente.
Poco después del incómodo despertar, Menéndez partió rumbo a Tucumán, donde mañana le leerán el veredicto en el juicio que se le lleva por los asesinatos cometidos en la Jefatura de Policía de ésa provincia. De allí que las audiencias cordobesas se reanudarán recién el próximo martes.
Hasta ayer, además de Videla, quien reivindicó el Terrorismo de Estado que se llevó a cabo desde 1976; y Menéndez, quien volvió a justificar los crímenes de lesa Humanidad que se les atribuyen en “la avanzada del comunismo internacional” y hasta llegó a afirmar “que como Ejército nunca atacamos a civiles”; habían declarado 20 de los 31 imputados (25 corresponden a la causa Videla ó UP1, y 6 por la “Gontero ó Menéndez”).
Los militares asentaron sus argumentos en el cumplimiento de órdenes y la obediencia debida: “A mí me pidieron que trasladara presos y eso hice”, dijo Osvaldo César Quiroga, uno de los acusados, junto a Pablo D´Aloia, de fusilar a Miguel Hugo Vaca Narvaja, Armando Toranzo y Gustavo de Breuil.
Por su parte, los ex policías del D2, la Gestapo cordobesa, intentaron echar culpas sobre la Justicia Federal de aquéllos años. Yamil Jabour, a quien se le atribuyen 9 homicidios, dijo que “por orden del Juzgado Federal Nº2, todos los detenidos debían permanecer esposados y con los ojos vendados”.
Sin embargo, por error o a propósito, quién sabe, este acusado no tuvo contemplaciones con uno de sus ex jefes, Carlos Yanicelli, a quien en Córdoba se conoce con el apodo de “El Tucán” (Ver recuadro). Lo responsabilizó por “el estado calamitoso de (Luis Ricardo) Verón que venía sumamente golpeado y debió ser trasladado” a un hospital. La víctima era correntino, estudiaba Derecho en Córdoba, y tenía 27 años cuando lo asesinaron en un supuesto intento de fuga.
En el nombre del padre. En diálogo con Clarín, el querellante Miguel Hugo Vaca Narvaja, quien además del caso de su progenitor representa a los familiares de otras víctimas, relató que “durante el traslado” que el teniente Osvaldo Quiroga y Francisco D´Aloia, entre otros, hicieron de su padre y de otras tres víctimas desde la UP1 “en el camino los militares tiraron la moneda para ver a cuál de dos hermanos dejaban vivo para que contara lo sucedido. Fue así que Alfredo de Breuil salvó su vida”. Después del fusilamiento perpetrado cerca del Chateau Carreras en la noche del 12 de agosto de 1976, el muchacho fue obligado a ver los cuerpos sin vida de Miguel Hugo Vaca Narvaja, Arnaldo Higinio Toranzo y el de su hermano Gustavo. El sobreviviente será uno de los más importantes testigos de este juicio.

Los apodos, una clave para identificar a torturadores.
Cuando en la segunda audiencia el presidente del Tribunal Oral Federal Nº1 Jaime Díaz Gavier preguntó a cada uno de los imputados por su nombre completo, ocupación y demás datos personales, hubo un rubro, el de los apodos, que tuvo una particular importancia. De los 31 acusados, sólo uno, el ex sargento Miguel Angel Gómez, admitió que le llaman “El Gato”. La negativa generalizada de los acusados, tiene una razón poderosa: en los campos de concentración las víctimas por lo general estaban vendadas o, si veían a los torturadores, éstos se hacían llamar por su alias. “Yo soy el Gato. Mirame bien que soy tu torturador”, declaró una mujer que le dijo éste hombre, ya condenado en diciembre de 2009; cuando lo reconoció en juicio. De allí que cuando le tocó el turno al ex jefe de la policía Carlos Alfredo Yanicelli –un hombre a quien en Córdoba se lo conoce como “El Tucán” y que fue nombrado como Director de Inteligencia Criminal por Oscar Aguad cuando era ministro de Gobierno de Ramón Mestre– la fricción con el juez fue inevitable. Es que Yanicelli adelantándose a la pregunta afirmó no tener alias. El público en la sala no pudo evitar reírse. Rápido, el presidente del tribunal le espetó que no contestara hasta no escuchar la pregunta, y le recordó que en una declaración previa él mismo había admitido que le llaman “Tucán”. El otro episodio sobre este punto lo protagonizó la única mujer que está en el banquillo de los acusados: Mirta Graciela Antón, una ex policía de 56 años, a quien se conoce como “la Cuca”. Con tono burlón, le aseguró al juez tener “muchísimos” apodos: “Cheli, Chichula, Cachula, Chechu…” ¿Y Cuca no?, inquirió Díaz Gavier. “No, ése no”, negó sin inmutarse. Cerca de ella, los represores a quienes se conoce como “El Cachorro” (Menéndez); el “Salame” (Rodríguez); y “el Turco” Yabur, entre otros, guardaban silencio.

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